El pecado es una cosa seria.
Muchos cristianos piensan con ligereza sobre el pecado. Dicen: <<Ah, no
es tan malo>>. O, << ¿Y qué? Nadie es perfecto>>. O, <<
¡Todo el mundo lo hace!>>
¡Cuidado! La Biblia no dice nada
de eso, sino que Dios odia el pecado. Él permitió que su único hijo, Jesús,
muriese por nuestros pecados. Obviamente, Dios los toma muy en serio.
¿Qué es el pecado?
Los especialistas de la Biblia
ofrecen toda una serie de definiciones sobre el pecado. Algunas ayudan, otras
confunden. He aquí una sencilla: <<El pecado es desobediencia consciente
ante Dios>>. Cuando tú sabes lo
que está bien y conscientemente decides hacer el mal, eso es pecado. Santiago
lo explica de esta manera: <<Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace,
le es pecado>> (Santiago 4.17).
Muy bien, hemos pecado, ¿qué se
puede hacer? ¿Cómo puedes librarte del pecado y sus consecuencias? La Biblia
dice: <<Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad>> (Juan 1.8,9). ¡Bien! Dios nos perdonará por haber pecado. ¿No
son magníficas noticias?
¿Por qué es tan serio el pecado?
El pecado es serio porque siempre
constituye una ofensa a Dios. El odia el pecado. El sabe que puede matarte, y
te ama lo suficiente para decirte la verdad.
¿Qué significa arrepentirme de mis pecados?
Arrepentirte de tus pecados
significa mucho más que sentir pena por algo que has hecho mal. Nos inclinamos
a pensar que sólo necesitamos reconocer nuestras faltas. Asumimos que podemos
orar pronunciando algunas palabras de arrepentimiento, o derramar algunas
lágrimas, para que todo vaya bien. Pero no es así. Decir que sientes pena por
tus pecados es un buen punto de partida, pero no de llegada. También debes
pedir a Dios que te perdone.
Piensa en la historia que Jesús
contó sobre <<el hijo pródigo>>. El hijo dijo: <<Me levanté e
iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti>>
(Lucas 15.18). Y fue perdonado.
Si tú quieres ser perdonado
vuélvete a Dios. Cuéntale todo, ruégale
que te absuelva, y él lo hará.
¿Y qué si pecas de nuevo?
Desafortunadamente, quizás peques
otra vez. Todavía no has llegado al cielo. Tal vez algunas veces falles. Cuando
te suceda, aquí tienes tres cosas que debes recordar:
Mantente en contacto con Dios. En
otras palabras, cuando el Espíritu Santo te muestre que has pensado, dicho o
hecho algo que no agrada Dios, apúrate a confesar tu pecado.
Pídele a Dios te perdone. No te
preocupes. Él no se disgustará contigo. No, si tu arrepentimiento es sincero.
Entonces apártate de ese pecado. Ruégale a Dios te dé fuerzas para alejarte de él.
Repara lo que has hecho.
Convierte el mal en bien (si es posible).
¿Cuál es la diferencia entre el error y el pecado?
Todo depende de tus motivos. La
mayoría de nosotros no quiere equivocarse. Pero nos equivocamos. Por otra
parte, el pecado es consciente, es voluntario. Tú no tienes que cometerlo. Tú
pecas porque quieres hacerlo. Es una decisión voluntaria.
Una vieja historia ilustra esta
verdad. Un pequeño niño ayudaba a su padre a recoger cebollas de su propio
jardín. Tras desenterrarlas, padre e hijo las lavaron, las escogieron y las
dejaron secándose en el portal del fondo.
<<Buen trabajo,
hijo>>, dijo el padre, mientras golpeaba gentilmente la espalda del
muchacho. <<Gracias por ayudarme>>.
Un mes más tarde, el muchacho
salió al jardín, ¡y cuál no sería su sorpresa al encontrar más cebollas
creciendo en el lugar donde su padre y él habían sacado las otras!
<< ¡Caramba!, a papá le va
a encantar esto>> pensó, mientras sacaba las cebollas de la tierra.
Después las llevó a la casa y las lavó bajo la llave. Al hacerlo notó que estas
cebollas no eran tan grandes como las que habían cosechado unas semanas antes.
Apenas podía esperar a ver la cara que pondría si padre cuando le enseñase las
cebollas.
¡Sorpresa!
Cuando el padre llegó a casa del
trabajo, el muchacho lo esperaba en la puerta. << ¡Papá, mira lo que
encontré hoy en el jardín. Más cebollas!>> El padre dejó que el niño lo
arrastrara a la cocina y de allí al portal del fondo. Entonces, la sonrisa de
aquel hombre se convirtió en una mueca.
<<¿Qué pasó, papá? Mira las
cebollas que encontré. No están buenas? Mira as limpié igual que hicimos el
otro día con las otras>>.
<<Hijo, estas cebollas
todavía no se podían recoger>>, contestó el padre. <<Mientras
estabas en la escuela, yo sembré más cebollas en esa parte del jardín. Ahora
están arruinadas. Ya es demasiado tarde este año para sembrar más. Aprecio tu
trabajo; sé de tus buenas intenciones, pero lo que hiciste estuvo mal>>.
¿Cuál fue el problema?
He aquí la cuestión. ¿Pecó el
muchacho, o simplemente cometió un error? Los que meramente ven en Dios un juez
celestial quizás digan: <<Sí, el muchacho pecó. Hizo mal y debe ser
castigado>>.
Aquellos que ven en Dios no sólo
un juez, sino también un Padre celestial, dirán: <<No, el corazón del
muchacho estaba limpio, no quiso hacer daño. Sus motivos eran puros. Sí ,
cometió un error, pero no desobedeció deliberadamente a su padre. En realidad
quiso agradarle>>. En este caso estamos delante de un error, no de un
pecado.
Así como los padres corrigen a un
niño que ha hecho algo equivocado, aún sin malas intenciones, para evitar que
cometa se error otra vez, de la misma manera, Dios disciplina y educa a sus
hijos.
Pero Dios no puede dejar sin
castigo el pecado cometido conscientemente. Por ello permitió a su Hijo Jesús
recibir el castigo que a nosotros correspondía. Gracias a la fe en él puedes
recibir el perdón del pecado y la vida eterna en compañía de tu Padre
celestial.
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