Me
encontré con Dios en la mañana,
Cuando
el día prometía lo mejor,
y
su presencia vino como el alba...
Como
algo grandioso en mi interior.
Todo
el día su presencia fue tan cierta...
Todo
el día junto a mi yo lo sentí;
Y
navegamos en perfecta calma
aunque
el mar no cesará de arreciar.
Vi
otras naves, azotadas por las olas,
Vi
otras naves tan llenas de aflicción;
Pero
esos vientos que a ellas arrastraban,
A
la nuestra llenaban de paz y de quietud.
Luego,
recordé otras mañanas...
Y
avergonzado, mi conciencia me acusó,
Pues
también yo, soltando las amarras,
Muy
tristemente... De su presencia me alejé.
Creo
haber el secreto ya aprendido.
Al
ver frustrados mis caminos vez tras vez,
Debes
buscar al Señor por la mañana,
si
en todo el día quieres la compañía de él.
Ralph S. Cushman.
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